Mi deseo de gastos innecesarios se ha extinguido y no creo que vuelva pronto
Pilita Clark
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Pilita Clark
Hace unos días estaba recostada en el sofá leyendo los periódicos en la tarde cuando me sorprendió un pensamiento horrible.
Me di cuenta de que soy tan aburrida que, a pesar de que he pasado más de un mes en “cautiverio de Covid”, no extraño la vida que tenía antes de la pandemia.
Resulta que puedo vivir fácilmente sin pasar las noches de los viernes en un restaurante o los sábados en un bar. Siempre pensé que me encantaba ir al cine, pero aparentemente me siento igualmente feliz en casa con Netflix. Las grandes sumas de dinero que gasto cada año en el gimnasio también parecen cada vez más inútiles. Puedo sustituir las horas en el gimnasio con un paseo en bicicleta que involucre colinas y con mis caminatas alrededor de la cuadra.
Fue durante una de estas caminatas en la calle principal de mi vecindario que tuve una comprensión más profunda de la situación. Vi tienda tras tienda cerrada que antes existín para vender cosas para una vida de oficina apresurada y de viajes como la mía -y la de millones como yo- que tal vez nunca volveré a tener.
Suponiendo que logre mantener mi trabajo, parece que hay una gran posibilidad de que me pidan que pase más tiempo vagando en casa. Por lo tanto, no necesitaré tantas visitas a mi tintorería favorita para refrescar mis blusas, o al agradable hombre de reparación de zapatos para arreglar un taco. Dudo que gaste tanto en el cuidado de mi cabello y en mi mantenimiento general, o en ese nuevo vestido que antes compraba con demasiada frecuencia.
Probablemente no seré la única. El “experimento Covid” en masa de trabajo desde casa ya está provocando que los directores de varios grandes empleadores, como el banco Barclays y el grupo de alimentos Mondelez, se pregunten en voz alta si sus múltiples edificios de oficinas en las grandes ciudades podrían ser cosa del pasado.
La pregunta es, ahora que las personas como yo hemos probado la frugalidad, ¿cuánto tiempo durará una vez que regrese la apariencia de normalidad? ¿Habrá un exceso de gasto reprimido? ¿O miraremos hacia atrás y nos preguntaremos por qué tantos de nosotros hemos estado gastando lo que el profesor Tim Jackson, un economista ecológico británico, describe como dinero que no tenemos, en cosas que no necesitamos, para crear impresiones que no durarán, en personas que no nos importan?
No hay una forma real de saberlo, a pesar de que la respuesta es vital para las empresas de todo el mundo.
Pero sí es posible hablar con Michael Landy, un artista londinense que catalogó todo lo que poseía y lo llevó a una tienda por departamentos en desuso en la meca comercial de Oxford Street a principios de 2001, donde destruyó sistemáticamente el lote en una deslumbrante obra de arte escénico llamada Break Down.
Pasaporte. Cartas de amor. Certificado de nacimiento. Pinturas de amistades que eran famosos artistas. Un coche Saab. Todo se fue, dejándolo con un par de botas y el traje de caldera que vestía en ese momento. Todavía recuerdo haber visto boquiabierta un documental de la BBC al respecto, justo después de que me mudé a Londres.
Considerando cómo el Covid-19 ha revelado inesperadamente mi capacidad para hacer recortes en mi propia vida, llamé a Landy para averiguar si su acto extremo de privación había tenido algún efecto duradero.
“Definitivamente me cambió como consumidor”, dijo. “Tengo muchas menos cosas que antes”. También se hizo mucho más consciente de lo que estaba comprando, dijo, y seguía siendo propenso a realizar liquidaciones periódicas.
Por otro lado, consiguió otro auto y tiene una casa “normal” en el este de Londres, además de un estudio. Cuando el confinamiento en el Reino Unido le impidió ir al gimnasio, compró un saco de boxeo, que está en el estudio junto a una máquina de entrenamiento combinado.
Por lo tanto él no es una pérdida total para la causa consumista. Pero cuando piensa en su exhibición de destrucción pública en 2001, hay dos cosas que le parecen relevantes para los tiempos inquietantes de hoy.
Primero, muchas de las miles de personas que lo miraron boquiabiertas comenzaron a hablar sobre sus propias posesiones y sobre cómo sólo les importaban las fotografías, los regalos o las cosas que ellos mismos habían hecho. Sospecho que muchos de nosotros también hemos pensado en lo que realmente importa.
En segundo lugar, Landy dice que la gente fue inesperadamente amable con él. Los extraños le compraron ropa. Los amigos le dieron cosas básicas. Finalmente, se quedó con una sensación que parece familiar en estos tiempos difíciles de hoy, con las inusuales muestras públicas de gratitud a los trabajadores en los que confiamos.
“Terminé pensando”, dijo, “que en general, el público británico es bueno”.